miércoles, 21 de septiembre de 2016

Cuando Seas Padre, Comerás Huevos

Éste clásico del refranero español (espero que la SGAE no me pida explicaciones por usarlo), viene que ni pintado para titular mi artículo de hoy. Quiere decir que hay ciertas cosas que no se consiguen hasta que se es padre o madre. Lo cuál genera una pregunta: ¿y eso cuándo es? De eso es de lo que venía a hablaros hoy.
Hace justo siete días, estaba asomándose al mundo mi preciosa hija Lucía, (la primera niña en nacer en el nuevo ala de maternidad del Hospital San Juan de Dios). No hay palabras para describir lo que se siente en un momento así. Desde ese momento, todo son enhorabuenas y buenos deseos (lo cual agradezco de corazón), sin embargo, la paternidad es algo que nace mucho antes que el bebé. La paternidad rompe aguas justo en ese momento en el que ves el test de embarazo con las dos rayitas. Ahí empiezas a ser consciente de lo que viene, a ser consciente de que otra persona desde su nacimiento hasta su muerte, estará unida a tí por lazos de sangre, que lleva una parte de tí, que te necesitará para sobrevivir y aprender a vivr en ésta sociedad. Es entonces cuando empiezan las visitas continuas al ginecólogo, cuando te emocionas en la primera ecografía, y en la segunda, y en la tercera. Te preguntas si será niño o niña, tú tienes tu preferencia pero te da igual lo que venga. Haces con tu pareja la lista de nombres, para niño y niña, le das veinte vueltas a los nombres elejidos sabiendo que pueden cambiar a última hora. Llegan las listas, la de las cosas que se necesitan, la de cosas que hay que hacer durante el embarazo, etc. Hasta que te enteras por fin del sexo. Es entonces cuando ya puedes llamarla por su nombre y elegir una ropita concreta entre otras cosas. Llegan las clases de preparación al parto, algunas cosas que ya sabes, muchas que no sabías tanto. Montas su cuna, compras  el carrito, el cambiador, etc. Al final llega la fecha, la hora de la verdad, y ahí estás tú, de primera mano, viendo como dilata lentamente, viendo el sufrimiento que cuesta el milagro de la vida, preocupado por que todo salga bien para madre e hija, no quieres complicaciones. Y todo ésto hasta llegar al asalto final, ella empujando y tú donde debes estar, en ningún otro sitio que a su lado, recordándole lo que ella ya sabe pero puede que con el dolor olvide. Pero no, no lo olvida. Aprieta tu mano con una fuerza que sólo aparece en éstos momentos y empiezas a ver una cabecita salir...hay partos lentos, en nuestro caso, fueron 5 minutos, 6 pujos mal contados y Lucía pasaba de estar dentro a estar fuera, y yo pasaba de ser padre, a que se me reconozca oficialmente como tal. Porque el padre se hace y luego ellos nacen.